Dave Mustaine no ahorró esfuerzos para desgastar la leyenda de Megadeth. Las ediciones del anémico Risk (1999) y el intrascendente The World Needs a Hero (2001); el raje por acción u omisión a Nick Menza, Marty Friedman y David Ellefson -la mejor formación de Megadeth y una de las mejores de la historia del metal-; los repetidos anuncios de retiro; y esa suerte de puerta giratoria de nuevos integrantes que aplicó en esta última etapa de la banda, parecen la mejor campaña de antimarketing del mundo.
Uno puede enojarse, cansarse o decepcionarse con Mustaine. Seguramente no faltarán motivos. Pero cuando toca en vivo indefectiblemente te va a patear el culo. Aunque la formación del momento incluya a tu abuela sorda, tu tía con artritis y tu hermana de 2 años. El guitarrista y cantante protagonizó otro desembarco en Baires, esta vez ante un Luna Park exultante. Y la clase fue a sala llena, como era de esperarse desde hace tiempo.
El Colorado salió con la consigna de no tomar prisioneros y le pasó por arriba hasta al más escéptico. Una fulminante tanda que incluyó "Sleepwalker" -del reciente United Abominations (07)- y los megaclásicos "Wake up Dead", "Take no Prisioners" y "Skin O’my Teeth", inyectó dosis de adrenalina irresistibles y le dieron la batalla por ganada sin necesidad de disparar ni un solo tiro.
Shawn Drover (batería) y los más nuevos James LoMenzo (bajo) y Chris Broderick (guitarra) revivían viejas y nuevas gemas metálicas con esmero y respeto por las versiones originales, mientras trataban de entender la locura que Megadeth desata en el público argentino. El ex Metallica es uno de los cantantes más absurdos del metal. Su voz resuena como una mezcla de un chirrido de puerta sin aceite y el Gollum de El Señor de los Anillos con bruxismo -rara vez abre realmente la boca-. Pero escupe cada palabra con tal convicción que conmueve a propios y ajenos desde hace más de 20 años.
Incluso hoy se le puede encontrar un beneficio extra: los chirridos no dejan entrever fácilmente el paso del tiempo -David Coverdale sufrió todo lo contrario hace unas semanas-. A esta altura Mustaine cuenta con un arsenal irresistible de hits / grandes momentos que derriten a quién se les enfrente. "In My Darkest Hour", "Hangar 18", "Tornado" y "Sweating Bullets" redondearon un festival de riffs, cortes, solos y licks. En "A Tout le Monde" Broderick disfrutó de un breve espacio solista en el que tocó fragmentos del himno argentino, lo cual encendió todavía más al respetable -todo un tema para analizar el nacionalismo de salón que agita determinada parte del público-.
"Olé, olé, olé, olé, Mustaine, Mustaine", aclamaba el público cada vez que se colaba un silencio y el cantante y guitarrista disfrutaba de su virtual localía con la mejor onda. En seguida vendrían la inigualable "Symphony of Destruction" -para los neófitos, el "Jijiji" de Megadeth, sí el de "¡¡¡Megadeth, Megadeth, aguante Megadeth!!!" estruendoso-; "Trust" -con unas estrofas en castellano de las cuales se entiendo nada y nada-; "She Wolf" y "Peace Sells", con una parte de la iniciática "Mechanix" en el medio.
Despedida oficial, luces afuera y todo el estadio esperando un solo bis: "Holy Wars". Mustaine y los suyos volvieron al escenario sin dejar espacio a la histeria y acometieron con una versión cruda -algo más desprolija de lo habitual- del mega clásico de Rust in Peace (1990). Habían pasado dos horas de despilfarro de riffs, solos y palabras masticadas. Un broche de oro para un show de la misma calidad.
Pasan las modas, las tendencias, la era de los videos, del CD y hasta pasará el reinado del MP3. Pero Megadeth y Mustaine, al menos en vivo, siguen disfrutando de una rabiosa actualidad.
Por Sebastián Feijoo. Rolling Stone L.A.
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